domingo, 29 de noviembre de 2020

Hace...


Hace casi un año que no escribo, y sin embargo en estos meses he sentido la necesidad de hacerlo. De pensar sobre lo que ha sucedido en estos meses, sobre la deriva que me balancea y me lleva de un lado a otro como un madero inerme.

El nefasto descenso a los infiernos. La breve esperanza, muerta apenas imaginada. Mi paso por el hospital. La ansiada huída a Alemania. La insólita ecatombe y la descomposición y desmoramiento que la acompañan. La muerte acercándose, dejándose ver y acariciar.

Y si tengo que hacer el esfuerzo de elevarme sobre el lamento, de buscar un sentido y aferrarme a él para, no sólo hacerlo mío sino para mostrártelo a ti, quizá a través de estas líneas. Si hago ese esfuerzo, digo, debo mirar a quienes me han precedido. A quienes posiblemente, quiero creer, les rondaron estos mismos pensamientos, u otros parecidos, en algun momento.

Carlos arrojado a la muerte inmisericorde en una madrugada fría de noviembre, en un descampado gris. Sus hijas que han sentido su ausencia toda su vida, queriendo mirar a un futuro mejor, aferrándose a ese mismo sentido que yo busco ahora. Patri, Flora que, agotadas, miraron ya hacia el cielo. Andrés, mi padre, obligado a beber del cáliz vacío que él quiso llenar con su esfuerzo e ilusión, de subir, de ser. Rebosante de todo lo que quiso dejar atrás, paradigma de la España de la segunda mitad del SXX.

Ahora en esta encrucijada de desamor, de soledad les miro. Ya no protesto por la "mala fortuna". Sé que habito las desoladas regiones que yo he buscado siguiendo los caminos que mi soberbia se ha negado a abandonar. 

 




 

Y