domingo, 24 de junio de 2018

Unas horas en Vitoria

Nuevos cursos, nuevos viajes, París, Vitoria. Falta de tiempo.
El calor ha sustituido de golpe a una primavera escuálida, fría, húmeda. Un tiempo triste y lloroso que se ha prolongado semanas y semanas. Quizá por ello, por ese calor repentino siento deseos de andar, de salir y buscar ese calor y esa luz que deseo y siento nuevos.

Escribo en el jardín, solo acompañado por el ladrido lejano y desganado de unos perros y la compañía oculta de unos cuantos pajarillos. No hay nadie más que yo, y estas palabras que sólo obedecen al deseo de escribir... de hablar.

En Vitoria tuve la ocasión de compartir unas horas con una amiga a la que no veía desde hacía años. Unos vinos el sábado al caer la noche. Vivimos nuestras vidas sin a penas saber el uno del otro, en mi caso con la confianza de que ella está, y está bien. Dos vinos casi sólo dan para contarnos, confirmarnos, los hitos que continúan marcando el camino que seguimos. Hitos que identificamos como tales, a los que damos una importancia solo aparente, porque se la dejamos robar a lo que realmente la tiene. ¿Por qué no le pregunté cómo se sentía, por su soledad, cruel y visible?, ¿por qué no nos fuimos a bailar, a celebrar nuestro encuentro?, ¿por que no me permití vivir esas escasas horas con ella? Quizá suponía cambiar uno de esos hitos o moverlo de sitio.
Qué desesperación al despedirnos, al ser conscientes de que nuestras vidas van a seguir por esos caminos ya trazados sin que vayamos a saber el uno del otro tropiezos, fatigas, alegrías, esperanzas...
Al despedirnos nuestros labios se rozaron al volver nuestra caras para besarnos las mejillas.

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