Me animo a escribir tras las palabras de aliento de mi amigo A y también de L. Quizá escribiendo puedo decir aquello que no puedo decir de palabra, hablando, sin el velo que pone tiempo y distancia. Quiero escribir sobre varias cosas: un trayecto por una carretera comarcal, un viaje a Portugal... empezaré por esto último.
Tras ciertas bacilaciones y la narración del cuento de la lechera por n-ésima vez se confirmó finalmente la posibilidad de ir a Santo Tirso, Portugal, para impartir un curso, del 10 al 14 de mayo. No me lo pienso: de cabeza... pido una semana de vacaciones en el trabajo y comienzo a preparar el viaje: vuelo el domingo anterior y el fin de semana siguiente me quedaré en Oporto descansando y conociendo la ciudad.
Las semanas previas, intensísimas, me hacen recuperar ilusión y motivación. La preparación del contenido, todas las incógnias que van surgiendo y amontonándose, me hacen sentir "vivo", profesionalmente e intimamente.
Viajo en un ERJ190 de Aireuropa hasta Oporto. Me hace ilusión, fui contratado para trabajar en el diseño de este avión en mi primer trabajo aeronáutico. El aeropuerto desierto a la llegada, caminatas interminables por pasillos desiertos que terminan ante una garita de policía, imágen ya casi olvidada de cuando era habitual encontar controles de pasaporte en las aduanas. La PCR y el DNI me abren la puerta y desembarco en un inmenso hall desolado. El día en Oporto es gris y lluvioso. Espero un buen rato hasta que me recogen P y L.
Ponemos rumbo hacia FamaliÇao que va a ser nuestra "base de operaciones" durante esta semana. Apenas soy consciente del paisaje que el coche atraviesa, entretenido por la conversación y demasiado pendiente de algunos detalles como los carteles de la autopista, los coches que adelantamos y las caras de sus conductores. Siento ese desconcierto de sentirme un voyeaeur observando una intimidad cotidiana a la que no pertenezco.
En famaliÇao me han reservado un mini apartamento en el centro. Nuevo, limpio, cómodo, bonito. Deshago la maleta y en seguida salgo a dar una vuelta para ambientarme en esta pequeña ciudad . Primera sorpresa, en las calles exhiben arreglos florales que son como pequeños monumentos eregidos... ¿a qué?. Cerca del apartamento un precioso gallo me da la bienvenida y me hace reconocer y admirar la sensibilidad de un pueblo que decora sus calles con flores.
No me da tiempo a mucho más, oigo que me llaman P y L y me proponen ir a hacer algo de compra, acepto para llenar la nevera: algo de fruta, queso, cervezas y algo para desayunar. En el hipermercado de las afueras encuentro mil tipos de quesos, las primeras botellas de oporto de marcas para mí desconocidas y los bacalaos salados en piezas enteras.
Tras dejar la compra en el apartamento nos vamos a cenar a Oporto, a casa Guedes. En el trayecto ya me fijo más en el paisaje. Muy verde, muy poblado, muy disperso. Se ve riqueza.