Qué bendición tener donde refugiarse, desde donde poder asomarse para sentir sobre el rostro, desde la seguridad, el vendabal y la lluvia. Esta tarde asomado a una ventana, a resguardo, recordaba tormentas pasadas, al decubierto, a la intemperie, sin protección alguna.
Y esta tarde vuelvo a sentir esa maldición del silencio, de los abrazos vacíos, de las manos tendidas al aire. De no encontrar calor, cobijo, descanso.
¿Dónde estás que pueda yo buscarte?
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